Francisco José Gabilondo Soler, como era su nombre completo, nació el 6 de octubre de 1907 en la ciudad de Orizaba, Veracruz, en una casita situada atrás de la Parroquia de San Miguel.
Cuando Pancho tenía dos años de edad, sus padres –Don Tiburcio Gabilondo y Doña Emilia Soler- decidieron viajar a España a visitar a la Familia, específicamente a Bergara, en la provincia de Guipúzcoa, en el País Vasco, donde Pancho disfrutaba de ocasionales visitas a una playa cercana. Un año después regresaron a su natal Orizaba.
Desde pequeño, Pancho mostró gran interés por aprender y estudiar… mas no por ir a la escuela. Aunque estaba inscrito en la primaria, él se las ingeniaba para organizar excursiones personales al monte con el afán de conocer sus libros; prefería el rumor del campo y el murmullo del bosque al molesto barullo de sus compañeros de clase, y aprendió más por sí mismo que con profesores que a él le parecían poco interesantes.
Por otro lado, Pancho tenía afición por los idiomas y el origen de las palabras, así que adquirió infinidad de conocimientos no solo por todo lo que se devoraba en tantas páginas escritas, sino por lo que sus oídos le permitían asimilar:: voces de mil seres diferentes y el canto del agua, que formaba música en su cabeza… Música a la que se sumó la algarabía de una abuelita que lo entusiasmaba con cuentos infinitos y alegres melodías al piano.
Como si todos estos estímulos no fueran suficientes, otra fuente de inspiración fueron: Las fábulas de Esopo, las historias de Julio Verne, y los cuentos de Emilio Salgari, Christian Andersen y los Hermanos Grimm.
Así pancho dividía su tiempo entre su abuela, la fantasía y la naturaleza, a quienes les dedicaría, años después, tantas canciones.
Su infancia se dio en circunstancias difíciles, como la de tener que asimilar el deceso de hermanos más pequeños y el divorcio de sus padres, además de sobrellevar una economía más o menos apretada, vivir en internados y tomar la decisión de irse a vivir con su padre, cuando tenía tan sólo 10 años de edad.
Pancho fue un observador nato, que desgastaba con los ojos cuanto objeto se encontraba en su camino. Mientras muchos lo consideraban un genio, él solamente se describía a sí mismo como un hombre metódico. Como autodidacta, indagó en varias áreas del conocimiento, pero la que realmente lo apasionó fue la astronomía, disciplina que no pudo ejercer profesionalmente debido a la limitante económica.
En su adolescencia, decidió canalizar su energía en los deportes, así que incursionó en otras áreas que también prometían: boxeo, toreo y natación. A los 17 años viajó a Nuevo Orleáns para estudiar la que se consideraba la carrera del futuro, linotipia, la cual nunca ejerció, pero en cambio se embebió con el alma musical de esa parte de Estados Unidos, donde el movimiento del jazz, junto con otros géneros musicales que estaban en pleno apogeo, sirvieron también para su formación musical. Como torero llegó a presentarse con el sobrenombre de El Estudiante, compartiendo cartel en 1932 con matadores como Homero González “El Callao”, Javier Chávez “El terremoto de Tacuba” y Luis González “Gonzalito”… Pancho no solamente tenía el porte de torero, sino el valor y el talento que el arte taurino requiere, pero abandonó de tajo la tauromaquia porque le pareció que era una actividad que carecía de honestidad, un valor que predominó en Pancho Gabilondo durante toda su vida.
Cuando contaba con 19 años, Pancho se interesó por la música más en forma y tomó la decisión de aprender, así que pidió permiso para usar la pianola de unos baños públicos de Orizaba: Primero accionaba el mecanismo y se fijaba dónde bajaban las teclas; después ponía los dedos en el mismo lugar. A fuerza de practicar continuamente aprendió a dominar el teclado, y se convirtió en un excelente pianista.
Se inició tocando melodías de la época en bares y casa de citas, con sueños que desde luego se encontraban fuera de esas paredes, pero también estaban lejanos a la figura en la que se convirtió, la cual ha trascendido tantas generaciones.
Alrededor de 1930, Pancho Gabilondo comenzó a componer sus propias melodías, entre las que había tangos, danzones y fox-trot.
De hecho, una de sus obras fue grabada por una banda estadounidense en Nueva York, el fox-trot Montecarlo, del cual ya no queda evidencia alguna. En 1932 el Vate (poeta) Ruiz Cabañas lo bautizó como El Guasón del Teclado, nombre con el que se presentaba cuando tocaba en la XYZ. Algunas de aquellas canciones fueron Dorotea, Vengan Turistas, Timoleón y Su Majestad el Chisme.
A principios de 1934, cuando Gabilondo ya gozaba de cierto reconocimiento por su trabajo con música festiva, le solicitó una oportunidad a Emilio Azcárraga Vidaurreta, dueño de una importante radiodifusora. El empresario bajó el ánimo del compositor al hacerle ver que realmente no podría competir con figuras como Lara o Curiel, pero le dijo: “Yo he notado que cuando usted toca sus tonterías, los escuincles se pegan a la radio. Agarre la Marcha de Zacatecas y póngales letra para chamacos”. Gabilondo o escuchó, pero pensó que era mejor arriesgarse con un trabajo propio.
Con un material que consideraba más o menos aceptable, Gabilondo le presentó su número al gerente artístico de la misma emisora. Aunque extrañado, el Sr. Otón Vélez se mostró abierto para un nuevo estilo, y le brindó una oportunidad en la XEW.
Así el 15 de octubre de 1934, a la 1:15 de la tarde, Francisco Gabilondo Soler interpretó las primeras canciones nacidas de su propia inspiración y fantasía: El Chorrito, Bombón y El Ropero. Fue un pequeño espacio de 15 minutos, sin patrocinador ni publicidad, con poca paga, y además, a prueba. Solamente contaba con su voz y el piano, pero estos instrumentos estaban bien respaldados por la imaginación que poseía, que era mucha. Inició sin éxito aparente, sin nombre, sin personaje, pero el programa que el mismo creía que solo duraría algunas semanas se mantuvo en la radio durante casi 27 años.
Con el programa de radio al aire todos los días, el gerente artístico de la estación sugirió que las canciones narraran las aventuras de algún “animalillo”. Gabilondo, que ya para entonces contaba con la ayuda de un violinista, el Mtro. Alfredo Núñez de Borbón, pensó en un grillito, y por influencia del francés, decidió llamarlo Cri-Cri El Grillito Cantor. Quince días después de nacer el personaje, la Lotería Nacional decidió patrocinarlo.
Las canciones de Cri-Cri son relatos de las aventuras de El Grillito Cantor en el bosque: Llueve, ¡Al Agua todos!, El Sillón; En el país de los cuentos: Castillo Azul, Bombón I; o en lugares lejanos Chong Ki Fu, Jorobita, Ché Araña. Y su vez, reflejan crítica social: La Patita, El Jigote Aguamielero, Jota de la J; describen las costumbres de la época: El Ropavejero, La Banda del Pueblo; retratan lo cotidiano: Caminito de la Escuela, Teté, El Cartero; y expresan los puntos de vista del autor: Acuarela, Marina, Pico Peñón.
El Mtro. Gabilondo exploró y desarrolló muchos estilos y géneros diferentes para sus composiciones musicales, aunque en todas ellas hay un carácter particular que las identifica, de inmediato, como canciones de Cri-Cri.
Su insaciable espíritu de aventura lo llevó a hacer una pausa en su programa para empaparse literalmente, de otra de sus pasiones: el mar, así que se embarcó prácticamente con lo que llevaba puesto y decidió llegar hasta Sudamérica. Durante su travesía siguió aprendiendo, pero también podía practicar lo que más le gustaba: observar el cielo y disfrutar su libertad. Gabilondo aseguraba que ver una astro a través de un telescopio, era todo un espectáculo.
De la Patagonia pasó a Argentina, donde probó suerte musical sin mucho éxito. Algunas veces se quedó a dormir en los muelles por falta de alojamiento, pero insistió en permanecer casi un año en la tierra del tango.
Al regresar a México, retomó el programa que para entonces ya pedían a gritos los niños, y las mamás de los niños. Con la acelerada y creciente popularidad del programa de Cri-Cri, también creció el equipo que lo acompañaba y las necesidades se duplicaron: Francisco Gabilondo Soler, quien hasta entonces tocaba el piano de manera magistral, pero lírica, tuvo que aprender a leer y escribir música, a transcribir sus propios textos y determinar la producción general, en la que ya estaba inmerso.
Su éxito trascendió rápidamente las fronteras: en Cuba era tan querido y reconocido que los cubanos le extendieron una invitación para que fuera a transmitir su programa en vivo desde La Habana. Pancho Gabilondo viajó con El Alpiste, colaborador, compañero y amigo que trabajó a su lado durante años, haciendo voces y efectos para los cuentos y las canciones de Cri-Cri.
Fue la única ocasión en que el programa del Grillito Cantor se transmitió fuera de México.
El Mtro. Gabilondo apreciaba la soledad y agradecía las reuniones con poca concurrencia: si había más de cinco personas a su alrededor, ya se sentía en medio de una multitud. Esa era una de las razones por las que rehuía de los homenajes y los festivales en su honor; en cambio disfrutaba al máximo las reuniones con sus amigos astrónomos, grupo que nominó “Los Astrolocos”, apelativo que, desde luego, él mismo se aplicaba. Decía que muchos pensaban que la astronomía era nomás cosa de “estar viendo pa´arriba” pero que no había cosa más falsa, y citaba una frase que se encontraba a la Entrada de la Escuela de Platón, en la antigua Grecia, que rezaba: “No entre quien ignore la música y la astronomía”.
Estaba dotado de gran inteligencia, un excelente humor y una enorme capacidad crítica; poseía un espíritu libre, fundamentado en sólidos principios personales, pero de ninguna manera compartía una moral convencional. Francisco Gabilondo fue un hombre cordial, libre de pensamiento, con buena y equilibrada autoestima, sensible, cariñoso…pero dispuesto a levantar la voz en el momento que sus principios, sus derechos o la gente que quería fueran afectados de mala manera. Aún así, siempre entendió y aceptó la vida como es.
El estimular la imaginación de los más pequeños, cantar y escribir para ellos, se convirtió en el proyecto de vida de Francisco Gabilondo Soler, sin que ello implicara jamás el abandonar sus aficiones personales. Él supo fusionar en su oficio de compositor todas las experiencias e inquietudes que adquirió durante tantos años; tenía interés en la música, la historia, los idiomas, la literatura, la geografía y principalmente en la ciencia.